Las personas que ministran eficazmente a otros reflejan el carácter y el amor de Cristo en su trato con los demás. Gary R. Collins explica que una de las características más importantes del ministrador es el amor, el cual debe ser práctico, compasivo y paciente. No depende del sentimiento, sino de la decisión de cuidar y servir, como enseña 1 Juan 4:7-11. Este amor se demuestra en actos de bondad y servicio dentro del cuerpo de Cristo.
Otra cualidad esencial es la paciencia, que permite acompañar los procesos de otros sin apresurarlos ni exigir resultados inmediatos. El ministrador paciente confía en la obra del Espíritu Santo y permanece al lado del necesitado aun cuando no ve cambios visibles (Gálatas 5:22).
También es indispensable la apertura, es decir, la capacidad de ser auténtico, honesto y vulnerable. Quien ministra debe reconocer sus debilidades y aceptar a los demás tal como son, generando relaciones de confianza y apoyo mutuo.
La esperanza es otra virtud fundamental, pues impulsa a mirar más allá de las circunstancias y a confiar en la soberanía de Dios, ofreciendo consuelo y fortaleza en medio de la prueba. A esto se suman la flexibilidad, que permite adaptarse a distintas personas y situaciones, y la humildad, que evita toda actitud de superioridad y reconoce que el poder para transformar vidas proviene solo de Dios.
Estas cualidades hacen del ministrar no solo un servicio, sino un proceso de crecimiento espiritual y dependencia del Señor.
(Collins, Gary R. Manual de Consejería Cristiana. Miami, FL: Editorial Vida.)
Otra cualidad esencial es la paciencia, que permite acompañar los procesos de otros sin apresurarlos ni exigir resultados inmediatos. El ministrador paciente confía en la obra del Espíritu Santo y permanece al lado del necesitado aun cuando no ve cambios visibles (Gálatas 5:22).
También es indispensable la apertura, es decir, la capacidad de ser auténtico, honesto y vulnerable. Quien ministra debe reconocer sus debilidades y aceptar a los demás tal como son, generando relaciones de confianza y apoyo mutuo.
La esperanza es otra virtud fundamental, pues impulsa a mirar más allá de las circunstancias y a confiar en la soberanía de Dios, ofreciendo consuelo y fortaleza en medio de la prueba. A esto se suman la flexibilidad, que permite adaptarse a distintas personas y situaciones, y la humildad, que evita toda actitud de superioridad y reconoce que el poder para transformar vidas proviene solo de Dios.
Estas cualidades hacen del ministrar no solo un servicio, sino un proceso de crecimiento espiritual y dependencia del Señor.
(Collins, Gary R. Manual de Consejería Cristiana. Miami, FL: Editorial Vida.)